Me miraron dos hermosas perlas verdes, en las que pude leer el asombro, su rostro, el cromo de una sílfide de las aguas de un bosque, mostraba una punto de mermelada granate oscuro junto a una boca como un capullo de rosa, y mientras la observaba ansioso, oí:
—Sí…, por supuesto… —y tras una corta pausa— …si usted quiere…
La evidencia de las palabras no dejaba lugar a dudas, ella nunca se había fijado en mí. Me senté frente a ella al mismo tiempo de presentarme:
—Luis Aguirre, del Departamento técnico.
Antes de responder ofreciendo su mano en el saludo, se limpió los dedos en una servilleta de papel, detalle que me enamoró más todavía.
Comenzamos a comer nuestras respectivas tostadas mientras ella, ignorante de la mancha de mermelada en su mejilla, mostraba un aspecto serio que contrastaba con aquel gracioso detalle. Sin reparar en el acto, cogí una servilleta de papel y la acerqué a su cara para limpiar el rastro del desayuno pero, ella, al comprender mi cercanía, ligeramente asustada, se echó hacia atrás, para prohibir mi intención.
—Tienes un poco de mermelada… —e inmediatamente se limpió con la mano pero en la parte equivocada del rostro.
—Es en el otro lado.
Repitió el gesto pero esta vez no acertó en el sitio sino algo más arriba. No volví a decir nada pero, lentamente, acerqué la servilleta y limpié la minúscula porción de mermelada dejando su cara limpia. El calor que sentí en mis dedos fue tan excitante que me vi obligado a controlar mi alteración. ¿Qué me estaba sucediendo? La cercanía de aquella mujer me confundía y continué con mi desayuno en silencio para poder gobernar mis sentidos.
Como supuse bien, aquel era el horario de su desayuno, al siguiente día, fui a la cafetería a la misma hora y, efectivamente, allí se encontraba, en la misma mesa y con idéntico desayuno. Era una persona de costumbres —pensé— y eso, también me gustó. Esta vez no pedí permiso, la saludé con una sonrisa y me senté frente a ella, mientras admiraba sus hermosos ojos verdes.
Poco a poco cogimos confianza el uno en el otro hasta que, cierto día me atreví:
—¿Qué haces este sábado por la tarde? ¿Lo tienes ocupado?